Monólogo de la Muerte

Llevo un correr desenfrenado. Un copioso paso apresurado. Aún sabiendo que mi victoria está asegurada. Soy faraón de una humanidad esclavizada. Soy domador del circo de sus tristes payasadas. Soy rey de peones desorientados, sabio entre alumnos desahuciados y amo de siervos que, sin haber nacido, ya están sentenciados.
Los hombres me esperan, pero me rechazan. Me respetan, pero me disfrazan. Me creen, me niegan, me difaman. Cuánta ingratitud. Pensar que soy finalmente el motor que impulsa su andar inanimado y mi llegada les brinda un descanso inmediato a sus fracasos cotidianos.
Ante mi cae el mas débil y el más poderoso. Idéntica sentencia confiero al humilde y al ostentoso. ¿Hay acaso mayor justicia que la mía? ¿Existe tal equidad en su triste y enferma cofradía?
“Hasta mañana” se saludan omnipotentes, como si tuviesen el mañana asegurado. Planean, proyectan, derraman promesas ignorando que nada tienen garantizado.
Creo ser, sencillamente, la única dicha del hombre. Hago que quieran levantarse por las mañanas. Les permito transitar ese sinuoso camino que han bautizado “vida” y finalmente los libero, regalándoles la calma.
Como la oscuridad existe para que sepan admirar la luz. Como la noche cae para que puedan apreciar el alba.

Presbicia

Sin desnudarme frente al espejo
Sin revelar mi nombre
Las nubes me acarician la cara
me tientan a esperar tras su espuma
La lluvia ofrece empañarme la vista
que luego el viento fregará sin aviso
Injustamente.

Él

Pareciera que Dios está tan seguro de existir que no necesita demostrarlo.

Ahora nada

Ríos de tinta, hojas en blanco, cauce de olvido. Sangre derramada, garganta desatada, llanto contenido
Y ahora nada.
Maldigo esta memoria frágil, esta melancolía inútil. Prometo despedirlas en un duelo triste y eterno, universo de palabras que nunca existieron