Transición

Esta magia sin galeras.

Esta desnudez con sobretodo.

Esta quimera descalza.

Este vértigo aplacado.

Este insomnio agradecido.

Este vicio inocuo.

Este miedo satisfecho.

Este grito murmurado.

Esta piel temblorosa.

Este suspiro inexorable.

Estas horas siempre exiguas.

Este acto sin disfraces.

Esta música en el aire.

Fin

Me invita Hefesto a su orgía de lamentos.

Oscilo en la cornisa de un volcán hambriento.

Las piedras húmedas de bronca.

La tierra seca de llanto.

La última brújula se perdió en la arena.

Acá me bajo.

Le donaré mi cuerpo los monstruos subterráneos.

Mis manos navegarán el barro.

Mis pies caminarán ríos despiadados.

En la ventana a este espacio circular.

En la felicidad de este instante que empieza

en una hora de agujas imposibles.

Sin prosa

Sin desvelo
Sin consuelo ni agravio
Sin fútbol en la tele
Sin saber cómo me queda
Sin audiencia en mi ronquido
Sin batallas ni treguas
Sin dolor de cabeza
Sin sábana tibia
Sin domingo soleado
Sin culpables ni acusados
Sin perfume impregnado
Sin héroes ni tumbas
Sin miedo a la tormenta -porque a quién contárselo-
La luna muerde mi almohada.

La espera

Desde lo más oscuro
de la levedad de mi ser
un grito arrancado a la lluvia
un murmullo brotado del suelo
una mueca cómplice, un augurio firme
susurra con voz intranquila:
la espera siempre termina
la noche cae, el día amanece
los ojos se abren, la angustia se cierra

Monólogo de la Muerte

Llevo un correr desenfrenado. Un copioso paso apresurado. Aún sabiendo que mi victoria está asegurada. Soy faraón de una humanidad esclavizada. Soy domador del circo de sus tristes payasadas. Soy rey de peones desorientados, sabio entre alumnos desahuciados y amo de siervos que, sin haber nacido, ya están sentenciados.
Los hombres me esperan, pero me rechazan. Me respetan, pero me disfrazan. Me creen, me niegan, me difaman. Cuánta ingratitud. Pensar que soy finalmente el motor que impulsa su andar inanimado y mi llegada les brinda un descanso inmediato a sus fracasos cotidianos.
Ante mi cae el mas débil y el más poderoso. Idéntica sentencia confiero al humilde y al ostentoso. ¿Hay acaso mayor justicia que la mía? ¿Existe tal equidad en su triste y enferma cofradía?
“Hasta mañana” se saludan omnipotentes, como si tuviesen el mañana asegurado. Planean, proyectan, derraman promesas ignorando que nada tienen garantizado.
Creo ser, sencillamente, la única dicha del hombre. Hago que quieran levantarse por las mañanas. Les permito transitar ese sinuoso camino que han bautizado “vida” y finalmente los libero, regalándoles la calma.
Como la oscuridad existe para que sepan admirar la luz. Como la noche cae para que puedan apreciar el alba.

Presbicia

Sin desnudarme frente al espejo
Sin revelar mi nombre
Las nubes me acarician la cara
me tientan a esperar tras su espuma
La lluvia ofrece empañarme la vista
que luego el viento fregará sin aviso
Injustamente.

Él

Pareciera que Dios está tan seguro de existir que no necesita demostrarlo.

Ahora nada

Ríos de tinta, hojas en blanco, cauce de olvido. Sangre derramada, garganta desatada, llanto contenido
Y ahora nada.
Maldigo esta memoria frágil, esta melancolía inútil. Prometo despedirlas en un duelo triste y eterno, universo de palabras que nunca existieron